Debo describir a esta ciudad como la hermana mayor y fea de la majestuosa San Diego. Primero debería contaros la razón por la que odio Los Ángeles, y luego ruego que me perdonéis por el hecho de que me guste Los Ángeles.
La magia de California se desvanecía a medida que nos adentrábamos en este monstruo de hormigón, palmeras y restaurantes de comida rápida, cuya sangre fría que corre por sus venas de forma cuadriculada y que llegan a cualquier parte del cuerpo de la bestia, es el extenso tráfico que atraviesa rápidamente la ciudad en hora punta de vuelta a sus casas, formando grandes atascos en sus arterias como la 110, la 5 o las 405. Huyendo del corazón de la bestia más conocido como Downtown y poniéndose a salvo en sus casas, huyendo del estrés, la violencia en las calles y el tráfico.
Existe esta colina por la que escala la autovía que viene desde San Diego, bordeando la fina, elegante y bella costa oeste. Y cuando llegas a lo alto de ella, ves lo inimaginable. Y ante ti, imponente ves kilómetros y kilómetros de edificios, que se cubren la cabeza con una enorme boina de polución. La magia de California se desvanece mientras atravieso la gran urbe de la cultura occidental y veo a mis lados coches, sirenas, vagabundos, yonquis, campamentos de sin techos y montañas de basura.
¿Cual es la razón de que tanta gente adore esta ciénaga de pobreza y violencia? No me lo explicaba... ¡Todo es tan diferente en comparación con lo que ya he visto de California...! Desde luego que hay explicación. Siempre ha existido y existirá el lado feo y cruel de las cosas. La riqueza de unos es la miseria de otros. La parte irónica de Los Ángeles es ese telón invisible que separa el punto alto de la sociedad del más bajo. La muralla invisible pero apreciable por cualquier ojo observador. Puedes ser un actor exitoso o un alto ejecutivo de empresa viviendo en la belleza y elegancia de Beverly Hills o las colinas del norte de Los Ángeles, bebiendo tu Martini y fumándote tu habano al lado de tu piscina mientras buscas formas de gastarte tu dinero y como restregárselo al resto de la plebe por su cara. Y después, pocos kilómetros al sur llegamos a barrios como Inglewood o Compton en los que eres un pobre¡inmigrante mexicano sin regularizar trabajando 10 horas casi todos los días en un currillo en el que apenas ganas para mantener a tu familia, viviendo en la miseria y la pobreza de esas calles que son hogar del escalón más bajo de la sociedad en el que muchos quedan atrapados para siempre a pesar de su duro esfuerzo y sus buenas intenciones, solo por el pecado de haber intentado ser más de lo que eres y de mejorar cuando la suerte en la vida no ha estado nunca de tu lado. O puedes ser un miembro de las muchas bandas callejeras que un día está vendiendo crack en las calles de Compton, y al día aparece muerto en un contenedor con dos tiros en el pecho y uno en la sien por parte de una banda rival.
Existe esta colina por la que escala la autovía que viene desde San Diego, bordeando la fina, elegante y bella costa oeste. Y cuando llegas a lo alto de ella, ves lo inimaginable. Y ante ti, imponente ves kilómetros y kilómetros de edificios, que se cubren la cabeza con una enorme boina de polución. La magia de California se desvanece mientras atravieso la gran urbe de la cultura occidental y veo a mis lados coches, sirenas, vagabundos, yonquis, campamentos de sin techos y montañas de basura.
¿Cual es la razón de que tanta gente adore esta ciénaga de pobreza y violencia? No me lo explicaba... ¡Todo es tan diferente en comparación con lo que ya he visto de California...! Desde luego que hay explicación. Siempre ha existido y existirá el lado feo y cruel de las cosas. La riqueza de unos es la miseria de otros. La parte irónica de Los Ángeles es ese telón invisible que separa el punto alto de la sociedad del más bajo. La muralla invisible pero apreciable por cualquier ojo observador. Puedes ser un actor exitoso o un alto ejecutivo de empresa viviendo en la belleza y elegancia de Beverly Hills o las colinas del norte de Los Ángeles, bebiendo tu Martini y fumándote tu habano al lado de tu piscina mientras buscas formas de gastarte tu dinero y como restregárselo al resto de la plebe por su cara. Y después, pocos kilómetros al sur llegamos a barrios como Inglewood o Compton en los que eres un pobre¡inmigrante mexicano sin regularizar trabajando 10 horas casi todos los días en un currillo en el que apenas ganas para mantener a tu familia, viviendo en la miseria y la pobreza de esas calles que son hogar del escalón más bajo de la sociedad en el que muchos quedan atrapados para siempre a pesar de su duro esfuerzo y sus buenas intenciones, solo por el pecado de haber intentado ser más de lo que eres y de mejorar cuando la suerte en la vida no ha estado nunca de tu lado. O puedes ser un miembro de las muchas bandas callejeras que un día está vendiendo crack en las calles de Compton, y al día aparece muerto en un contenedor con dos tiros en el pecho y uno en la sien por parte de una banda rival.
Esa es mi visión sobre esta ciudad. Eso es lo que vi, y lo que se que pasa. Ciudad de ángeles y demonios. De riqueza y de miseria. De privilegiados y desgraciados. En la que gobierna la ley del Darwinismo social. La suerte queda echada y algunos la obtienen, otros no. Pero todos viven juntos, en el mismo sitio, pero al mismo tiempo en mundos muy diferentes. De pequeño había querido ir a los Ángeles siempre debido a las películas y a los videojuegos. Ahora que soy adulto y las utopías se desvanecen, lo único que quiero escapar de ahí y nunca verme arrastrado a ese agujero. Por eso atravesamos los más rápido posible la parte fea de la ciudad y nos dirigimos a nuestro lugar de estancia, un lugar bonito situado en la cara bonita de la ciudad, que poco tiene que ver con lo que vemos en el resto de la urbe... Pasadena.
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